Siempre supe que éramos una familia rara. Primero estaba yo. Demasiado alto, demasiado flaco, demasiado naranja. Mi madre era un encanto pero no era como las demás. Había algo firme en ella, cuadriculado, funcional, insensible. Su icono de la moda era la reina. Papá, bueno, era más normal. Tenía mucho tiempo libre. Tras renunciar a su plaza como profesor de universidad el día que cumplió 50 años, estaba siempre disponible para una charla ociosa o para dejarme ganar al ping-pong. Luego estaba el hermano de mi madre, el tío Desmond. Vestía impecablemente y se pasaba el día… Bueno, siendo el tío Desmond. Era el hombre más encantador y menos inteligente que se puede encontrar. Su mente estaba en otras cosas, aunque nunca supimos cuáles eran. Y por último, estaba Katherine. Katie. Kit Kat. Mi hermana. En un hogar de chaquetas y peinados discretos, estaba este… como llamarlo… espíritu de la naturaleza con su mirada traviesa, sus blusas moradas y sus pies eternamente descalzos. Ya era y sigue siendo lo más maravilloso de este mundo.
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