El samurai Ryonosuke siente una insana fascinación por el poder mortal de su katana y va por la vida acumulando cadáveres, con o sin motivo. Eventualmente consigue trabajo como mercenario, pero incluso cuando está desempleado no tiene inconvenientes en matar de manera amateur. El director Kihachi Okamoto es considerado por los especialistas el Samuel Fuller japonés y así parece demostrarlo el final de este film, que es imprevisto pero pertinente, porque indica de manera inequívoca que la pulsión homicida de Ryonosuke carece de todo límite.
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