Repasa las cicatrices de un joven que desea emanciparse de aquello que se escapa de su control, a la vez que dispara contra sí mismo y con un afán cínico en algunas cuestiones de fe, de culpa y de deseo.
Tamayo sabe que no quiere ser lo que era antes, o lo que estaría condenado a ser si siguiera mansamente los preceptos filiales, pero encontrar ese otro modo cuesta mucho trabajo, y tal vez para dar un primer paso sea necesario poner en palabras el sentimiento. En la gesta propia de un adolescente tardío y con la sinceridad con que un amigo se dirige a otro en una colección de cartas destinadas a cruzar el océano, Tamayo repasa entonces todo un prontuario de debilidades y pequeñas miserias, la herencia de la familia.
Durante este proceso de búsqueda y cuestionamiento se colarán la vieja e intermitente relación que mantiene con una prima, los recuerdos del despertar sexual, algunos pecados de niño cruel, el vínculo con una espiritualidad forastera, sus dificultades para seguir el camino paterno como un trabajador estable, la posibilidad de un cambio, las promesas y las mieles de una madurez nueva.
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